25/02/16
*Por María Fernanda Guevara Riera
*Por María Fernanda Guevara Riera
Filósofa
He tomado de Javier Muguerza (FCE, 2006) la tonalidad anímica que acompaña mis entregas. Dicha tonalidad anímica me embarga y desde ese pathos escribo. Esto es así porque frente a la debacle de los “grandes relatos” me encuentro perpleja: la posibilidad efectiva de los múltiples usos de la razón y de los múltiples léxicos que de allí se derivan puede traer consecuencias prácticas que no son prometedoras para nosotros los latinoamericanos. Esto quiere decir que ya no contamos con un único discurso que nos unifique y re-signifique desde una noción sólida de bien compartido y, que además, nos permita dirigir el “curso de la historia” de los pueblos y menos de las historias personales.
Así que contextualizando el pathos perplejo en América Latina, éste es el resultado de estar transido de punta a punta por una pluralidad de narraciones, discursos, fábulas, e inclusive, proyectos que nos han construido y construyen como objeto de estudio y, a la vez, como sujeto de inquietud en continua búsqueda. Sí, continua búsqueda. Búsqueda que pretende alcanzar un equilibrio entre todas estas nuestras tradiciones de forma tal que las mismas se vean plasmadas en un quehacer coherente que no se traduzca en prácticas que contribuyan a reproducir nuestros conocidos males sociales.
Por quehacer coherente me refiero a que nuestra praxis si bien está significada desde la perplejidad, nuestra forma de proceder no debe ser incoherente o en otras palabras no debe echar mano hoy de un discurso que me justifique y mañana de otro que me excuse frente al anterior, so pena de correr los riesgos que todos sabemos que acontecen: una práctica social disociada entre lo que se dice y lo que se hace con consecuencias nefastas en el orden político, económico y social.
Así ser perplejamente coherentes no significa ser postmodernos sino, más bien, estar en el mundo intentando dotar de coherencia a tus proyectos y a lo que pongas de ti en los proyectos de otros y en el lugar que ocupas laboralmente. En este sentido, la modernidad-subalternidad desde la cual perfilo una aproximación, entre tantas otras para América Latina, pretende ser una “mirada flexible” de encuentro dialógico como mencioné y anticipé en la entrega anterior. He comprendido que Occidente sigue desplazándose de una orilla a otra y resulta más provechoso para el encuentro de personas e historias una mirada solícita.
La perplejidad en esa mirada solícita viaja abrazando el encuentro y re-describiendo las nociones lisiadas que impiden un diálogo transcultural. De forma tal que al apostar por una mirada moderna-solícita, nuestra modernidad debe abrazar nociones de identidad que, lejos de cerrarse al viaje de una orilla a otra, permita la reconstrucción constante de sí en un mundo que supere las nociones centro-periferia, ellos-nosotros, buenos-malos, desarrollados-subdesarrollados y, así, sucesivamente. De forma puntual en Venezuela significa estar “entre los discursos” que empujan hacia la modernidad y los que buscan seguir proyectándose como una alternativa al sistema global occidental.
Desde la perplejidad implica moverse entre los discursos para rescatar una convivencia solidaria en la medida que no tengo posibilidades ontológicas de mostrar la verdad ni de uno ni de otro. Lo anterior tiene como consecuencia inmediata la posibilidad real de una voluntad de escucha que me permitiría encontrar una “ética mínima” de encuentro con el fin de alcanzar acuerdos comunes para solucionar la crisis social, política y económica en la cual nos encontramos.
Claro, se me podría objetar que los resultados reflejados en esta crisis son un indicador del fracaso de uno de los discursos. Insistiré en este punto: las relaciones se dan como un ejercicio “entre”. Así, que el fracaso o éxito de una postura tiene obviamente más responsabilidad aquél que la dirigió, pero también las estructuras que permitieron su surgimiento, consolidación y permanencia en el tiempo. Y más aún, la oposición binaria que solemos mantener, véase uno véase otro, refuerza lo inoperante de cada visión. Es por ello que acudo a la perplejidad como pathos inicial para reconstruir una visión moderna-subalterna que nos permita edificarnos como nación integrada nuevamente y con un grado de autenticidad ganada en la piel. Porque no se trata de buscar culpables. Más bien es nuestra responsabilidad social el lograr una mirada perpleja que nos permita recrear nuestra sociedad y apostar por un futuro competente como país que mira a la región y a las orillas que lo configuran y reconfiguran diariamente.