24/10/16
*Por María Fernanda Guevara Riera
*Por María Fernanda Guevara Riera
Filósofa
Investigarse,
trabajarse, reelaborarse; guardar distancia frente a nosotros mismos; distancia
frente a aquello que nos hace ser, frente a aquello que nos hace no ser; reconocer
en nosotros aquello que nos equilibra y que nos otorga unidad; identificar las
contingencias que nos narran y las rupturas que nos relatan; profundizar en nuestros
nudos, excavar en nuestras fisuras o hundirnos en nuestros quiebres; penetrar
en nuestros éxtasis, sumergirnos en nuestras treguas e iluminarnos con nuestros
desaciertos son un modo de estar en el
mundo, un modo de filosofar, una manera de ser.
No se trata de
anhelar encontrar o reedificar con el ejercicio del pensamiento sobre nosotros
mismos la unidad perdida de la subjetividad occidental; se trata, más bien, de
hacer de la práctica filosófica el arte del pensarse más allá de la
conformidad, de los edificios construidos desde afuera de nosotros mismos y que
igualmente nos habitan; se trata, a fin de cuentas, de dejar de sospechar de
nosotros mismos y de hallarnos plenos con el movimiento propio de volcarnos
sobre nuestra historia, sobre nuestros acontecimientos medulares, sobre la
diversidad que nos constituye.
Investigarse no está
alimentado por ese anhelo de encontrar la verdad soterrada de nosotros mismos,
ni supone el modo monolítico de un esquema interpretativo preconcebido, ni
pretende construir una historia de nuestro ser acorde a categorías radicales y
fundacionales: investigarse es estar implicados con aquello que somos. Tampoco
el investigarse del cual hablo está fuera de lo que la tradición filosófica
occidental reconoce como la intencionalidad de la conciencia en el ejercicio de
sí; por tanto, podemos ver las huellas de pensadores como Husserl y Sartre en
ese volcarse sobre nosotros mismos. Pero es desde Nietzsche y Foucault que
itinero y me implico con una particular forma de hacer filosofía, con un ethos filosófico que trata sobre aquello
que está vivo en nosotros, sobre aquello que se transforma constantemente y que
requiere más que una analítica de la verdad, una práctica que encare nuestra
producción de ser. Investigar no es vigilar para castigar, es escudriñar para
liberar.
Entonces, más allá
del juego de la verdad sobre el cual se erige la voluntad de sospecha,
investigarse se relaciona con el identificar aquello que nos sujeciona en el
propio movimiento de volcarnos sobre nosotros mismos, de registrar aquello que nos impide dotarnos de nuevos
impulsos, de inspeccionar aquello que nos limita en la transformación histórica
de re-crearnos en el ejercicio pleno de nuestra libertad creativa. John
Rajchman, a propósito del quehacer filosófico de Foucault, lo dice en los
siguientes términos: “Es la posibilidad de hacer de la libertad una cuestión
práctica y no simplemente formal, una libertad, no de los actos, de las
intenciones o del deseo, sino la libertad de escoger una manera de ser” (1989).
Cuando problematizamos
nuestra producción de ser estamos en un ámbito ético en tanto nos cuestionamos
nuestra manera de ser, de no ser, de estar sujetados, de ser libres desde
aquello que queremos llegar a ser encarando las relaciones que tenemos con
aquello que nos ha configurado y que sigue configurándonos. A su vez, investigarse
tiene una dimensión ética fundamental en tanto nos analizamos cuestionando las
prácticas que nos hacen ser de un modo que no queremos reproducir. Lo anterior
con el fin de sacudir el tablero y producir modos de ser que sean productores
de libertad, de movimientos creativos, de posibilidades existenciales.
Investigarse tiene un
compromiso con la comprensión de nosotros mismos. Y siguiendo a Sartre
“Comprender es cambiarse, es ir más allá de sí mismos” (1960) porque en dicha
comprensión encontramos los nexos, los enlaces, las ranuras que nos permitirán
una producción de ser más allá de lo verdadero y por eso exento de sospechas.
Es la tarea crítica de la práctica filosófica de rehacernos gracias a la
libertad. Sigue comentando John Rajchman: “Para Foucault como para Kant, la
libertad no es una posibilidad ética entre otras; es la posibilidad misma de la
ética” (1989).
Investigarse no es
disecar lo que nos hace ser o no ser sino, más bien, es hurgar para apropiarnos
de aquellas prácticas que no son productoras de sentido pleno para nuestro ethos, para nuestra manera de ser, para
lo que aún no es pero en lo que tenemos puesto el ser. Investigarse más allá de
la voluntad de sospecha es cuestionarse desde una auténtica voluntad de escucha
(DESIATO: 1993) para tender puentes dentro de nosotros mismos, para volarnos
dichos puentes si no son útiles para el ethos,
para la manera de ser que estamos cultivando. Investigarse más allá de la
voluntad de sospecha supone enroscarnos, involucrarnos y abrazar nuestras
prácticas para socavarlas y minarlas si no alimentan el ethos que tiene sentido para nosotros; significa también abrazar
nuestras prácticas para sostenerlas y nutrirlas si es en ellas en donde está en
juego la coloración que queremos
darle a nuestro ser.
Investigarse más allá
de la voluntad de sospecha es practicar una mirada solícita, perpleja e itinerante hacia nosotros mismos que nos permita la
construcción de nuevos puentes existenciales en nosotros a partir de nuestras
propias ruinas: puentes abarrotados, ahora, de savia vital. Puentes que
permitirán una aproximación a los otros
significativos más lúcida y vital. No sé si más verdadera o auténtica, pero
sí más transparente y vigorosa.