05/05/16
*Por María Fernanda Guevara-Riera
*Por María Fernanda Guevara-Riera
Filósofa
Voy a tomar como
punto de partida para abordar nuestra relación con los otros a la mirada descrita por Sartre en El ser y la nada (1943). El autor francés nos ilustra sobre la intencionalidad
de la misma y sobre las repercusiones que ésta tiene en la configuración de
nuestras relaciones con el prójimo. A partir de allí haré una relectura de
dicha mirada con el fin de ir delineando la mirada
perpleja, alterna e itinerante requerida para aproximarnos a un discurso
sobre Venezuela, extensivo a Latinoamérica, que supere los opuestos y nos
permita construir una lectura cooperativa y compartida como nación, como región.
De forma tal que nuestra intención final es la de superar el discurso binario
entre modernidad y subalternidad, según hemos trabajado en las entregas
precedentes.
Para el primer
Sartre de El ser y la nada la mirada
del otro invade, aliena y envuelve a un sujeto que se consideraba solitario y que
quiere seguir estando como tal. El sujeto sartreano parte de la conciencia que
replegada sobre sí misma (punto de partida racionalista) pretende tener plena
coincidencia consigo, inclusive cuando se percata de la existencia de un otro
que lo mira. Así, el ser mirado es alienante porque limita el proyecto
originario de la conciencia solitaria de resguardar el secreto de su ser
cualquiera que éste sea. A todas luces, pareciera ser que el sujeto no quiere
vivir la inseguridad existencial que
implica ponerse en relación con los juicios de los otros. Se abren las puertas
así a una existencia compartida que tiene como coloración principal la resistencia, la hostilidad o el
enfrentamiento.
A este movimiento de
la conciencia de querer estar replegada sobre sí misma, aún cuando se percata
de la existencia de otro, sostiene la actitud de la mala fe en Sartre. Recordemos que la conciencia para el autor
francés “es lo que no es y no es lo que
es” (p. 118) manteniendo una tensión, gracias a la cual, se puede hablar de
libertad. Sí, el sujeto es libre de hacerse desde lo que es (facticidad) y de
proyectarse en función de lo que quiere llegar a ser (trascendencia). Así, en
el universo sartreano cuando el sujeto se quiere excusar de no tomar una
decisión, rompiendo la tensión irreductible de la existencia, éste es de mala
fe porque asume una posición cómplice
o de huída frente a la misma. Se
diferencia la mala fe de la mentira o el engaño porque en la mala fe hay una
unidad de la conciencia: el sujeto cree de veras que está eligiendo de forma
reflexiva. Mientras que en la mentira hay engañador y engañado: el sujeto sabe
la verdad y con mayor sutileza se la oculta o justifica.
Más allá de Sartre puedo afirmar que se ha
apoderado de la mirada sartreana la mala fe cuando éste considera que el
enfrentamiento u hostilidad es la única forma de mirarse de los sujetos entre sí. Si bien en un primer momento la
mirada del otro aliena eso no implica que el sujeto no pueda reposicionarse
frente a la pérdida de sentido y asumir la tensión que implica estar en el
universo social con otros. De la angustia frente a la presencia del otro no
necesariamente se pasa a la indisponibilidad o el enfrentamiento con el mismo.
Sin embargo, me parece que Sartre resalta, fenomenológicamente
hablando, una de las actitudes fundamentales que tenemos con el otro, a saber,
el enfrentamiento cuando éste irrumpe en nuestra esfera social. Dicho
enfrentamiento nos conduce al repliegue en nuestras verdades y juicios o, en el
peor de los casos, a un intento de anulación del otro en tanto significante por
considerar que éste está de forma errada en el mundo.
Nuestra crítica a
Sartre va precisamente al racionalismo que lo sostiene. Si bien gracias a la
razón puedo percatarme de la mirada del otro, dicha racionalidad no nos debe
conducir al repliegue sobre nosotros mismos y menos a considerar al otro como un
enemigo. La razón en Sartre es una
mientras que desde esta plataforma digital sostengo que los caminos racionales
son tantos como formas racionales-sociales lo alimenten. Valga decir que luego debemos
dotar de coherencia a las diversas formas racionales-sociales entre sí. Así, si
el ethos desde donde se alimenta lo
racional es un ethos compartido mi
relación con el prójimo será de encuentro en mi diario comunicar puesto que mi
aproximación hacia él estará siempre sellada por la firme voluntad de arribar a
acuerdos compartidos en lo social. Lo anterior es así porque he sido
configurado prioritariamente desde la intencionalidad del reconocimiento. De
modo tal que conectando con nuestras entregas anteriores, si desde nuestro
compromiso con la teoría nos creamos y re-creamos en formas racionales-sociales
que reproduzcan la relación igualitaria y liberal entre aquellos que conforman
la polis, seguramente de la mirada de enfrentamiento u hostilidad descrita por
Sartre podemos pasar a la mirada perpleja,
alterna e itinerante requerida para superar las confrontaciones estériles
entre modernidad y subalternidad en Latinoamérica, específicamente en Venezuela.
La debacle de los “grandes
relatos” también está referida al derrumbe de la creencia en que la razón sea una al estilo de Sartre y al estilo de
toda la tradición de la cual él es exponente. Sin embargo, de allí no se deriva
que todo valga y menos que no podamos acceder a formas compartidas sociales que
consideremos racionales. El suelo epistemológico que propongo sugiere alcanzar
acuerdos pragmáticos en función del bien colectivo. Lo que sea el bien
colectivo hemos de ponernos de acuerdo. Por lo pronto, desde la mirada perpleja sensible
al dolor, los otros están de
entrada en nuestras narraciones sobre lo que queremos construir en lo social.
El otro y lo otro que se reproduce en
nuestras sociedades cuando nuestra mirada niega al prójimo (formas de exclusión
social que tienen como base la hostilidad y el enfrentamiento arriba
desarrollado) no es posible porque los
otros configuran desde ya a la
mirada perpleja en virtud del reconocimiento de la alteridad.
Finalmente, se trata
de preguntarnos como lo hacen Castro-Gómez y Mendieta “…qué es lo que se quiere
lograr políticamente con una determinada interpretación”. (Teorías sin
disciplina, 1998: 14). Así, queremos lograr superar la situación de conflicto y
lucha cultural que el pensamiento binario sostiene y reproduce en
Latinoamérica, específicamente en Venezuela, a propósito de la modernidad y subalternidad,
con el fin de prefigurar desde el compromiso con la teoría posibles acciones
sociales que nos lleven como nación, como región a un futuro colectivo más
promisorio. Seguiremos trabajando en la construcción de una mirada perpleja, alterna e itinerante.